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#LibrosAlDesnudo: ¿Qué hacer con tus libros viejos? ¿Tesoros o basura?

Por: Jafet Gallardo 05 Jun 2018
El deporte extremo que más disfruto practicar es la natación en librerías del viejo, “nadar”entre cientos, miles de libros viejos, […]
#LibrosAlDesnudo: ¿Qué hacer con tus libros viejos? ¿Tesoros o basura?

El deporte extremo que más disfruto practicar es la natación en librerías del viejo, “nadar”entre cientos, miles de libros viejos, pensando que tarde o temprano me toparé con una o varias joyas que adoptaré y amaré incondicionalmente.

Por Jaime Garba (@Jaimegarba)

Y digo deporte extremo porque quienes comparten conmigo la bibliofilia, saben que no bastan un par de horas para dicho ejercicio y no cualquiera se acopla a este sistema complejo de búsqueda infinita.

Mi interés por los libros antiguos surgió de pequeño, cuando en vacaciones mi madre visitaba el tianguis cercano a casa y compraba cada semana un paquete de revistas viejas que me hacía vender. Había de todo desde el Reader´s Digest, hasta Tele-Guía, La familia Burrón, Kalimán y Sensacional (que podía incluir el de Traileros; Maistros, chalanes y demás chambitas; y de Mercados). Con todo y mi pesar, pues yo prefería pasar el verano en la comodidad del sofá viendo televisión, me hacía custodiarlas desde una silla sin permisos para ir al baño o comer algo. Mi primer pensamiento era quién querría comprar esas revistas viejas que consideraba basura, mas la sorpresa fue grande al darme cuenta que mis clientes eran muchos e incluso había quien compraba al mayoreo para a su vez ofertarlas en otros lados. No tardé en notar que en aquellos tiempos lo que hacía constituía un verdadero negocio. Los gustos de mis clientes variaban, algunos compraban por la entrevista central, los personajes en portada o cierto artículo que se visualizaba interesante, pero también tenía los que se acercaban curiosos como si buscaran algo importante. Un día entre el montón un señor tomó una revista y gritó “eureka” (juro que así fue), me preguntó ávido el precio y cuando se lo dije se llevó la mano a la boca y comenzó a dar pequeños saltos. Presuroso el hombre sacó varias monedas del bolsillo, casi el cuádruple de lo que costaba y me las dio como si el dinero no significara nada, asegurando no podía robarme. Sin poder contener la duda le pregunté por qué tanta emoción por una revista vieja, a lo que él respondió explicándome que se trababa de una edición especial y muy difícil de conseguir (se refería a la portada del Tele-guía donde aparece Carlos Monsiváis con Lucía Méndez, de 1990. Esa imagen de alegría se anidó en mí y la comprendí, sintiéndola cuando además de leer comencé a vivir una atracción mayor por los libros y entré por primera vez a una librería del viejo.

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El primer título que compré no reconocía al autor ni de qué trataba, era un libro de 1870, nada extraordinario considerando otro tipo de materiales, pero que me despertó muchos cuestionamientos, ¿cuántos dueños habrá tenido?, ¿qué bibliotecas habitó?, ¿cómo habrá sido la época en que se publicó?, preguntas que no se agotaban y que al no poder tener las respuestas me obligaban a crear historias, a imaginar. Así he venido entendiendo esa estupenda dinámica de búsqueda, como si entre el objeto y yo existiera algo más fuerte, testimonios que permiten incluirme y formar parte de ellos. Poco a poco, como todo buen vicio, fui visitando más e interesantes lugares, no sólo las legendarias librerías de Donceles en las cuales he encontrado ediciones fascinantes a costos risibles y por donde han pasado grandes escritores y amantes del libro; además aquellos distintos espacios como tianguis, mercados o bazares donde la aventura consiste en encontrar buenos especímenes y lograr buenos precios. Por ejemplo, un día en el famoso tianguis “Audi” de Morelia, encontré “Casa con dos puertas” de Carlos Fuentes, primera edición de 1970 de Joaquín Mortiz, en 20 pesos, y el mismo lo vi en el bazar de antigüedades de la Zona Rosa del DF por 400 pesos.

Pero para los bibliófilos no todo es miel sobre hojuelas, porque desafortunadamente (o afortunadamente, ya no sé) pocos comprenden nuestra pasión, y existen personas que consideran nuestros tesoros poco menos que basura. Recuerdo cuando un día que volví a casa encontré sobre la mesa una edición que adoraba, muy extraña de Robin Hood editado en Cuba que compré en Veracruz hacacía algunos años; mutilada, con hojas arrancadas y con la portada  recortada. Al poner el grito en el cielo apareció mi hermana diciendo que lo había hecho porque lo necesitaba para su tarea y que escogió un libro viejo justo para que no me molestara.

También me he topado con amigos que no me quieren estrechar la mano después de hojear algún tomo del siglo XVI, aunque use guantes, porque juran se contagiarán de alguna enfermedad extraña. Inclusive he tenido discusiones con quienes han osado tirar libros a la basura argumentando que pueden adquirir ediciones nuevas y mejores, sin darse cuenta, por supuesto, que se deshacen más que de hojas amarillentas y viejas. Anécdotas sobran de quienes pueden encontrar pretextos para decir no a un libro cargado de años.

Cuando pensaba en escribir este texto, visité a mi madre y le recordé mi incursión en el viejonegocio. No sólo me refrescó la memoria, me dijo que aún guardaba algunos materiales quejamás se vendieron, curioso pedí me los mostrara y mi sorpresa fue tal porque me encontré con gratas memorias y uno que otro texto que ahora considero invaluable pero que en aquel momento no eran otra cosa que, como solía decirles, unas “revistillas hediondas”.

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Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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