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MI PRIMER PERREO

Por: Jafet Gallardo 06 Jun 2018
Era la primera vez que iba a un perreo. Siempre me había gustado ver esos videos de las negras moviendo […]
MI PRIMER PERREO

Era la primera vez que iba a un perreo. Siempre me había gustado ver esos videos de las negras moviendo las nalgas como si no hubiera mañana. Sentía una ligera cosquilla ver la carne de las piernas temblando y el trasero subiendo y bajando como si en medio de ellas estuviera el miembro más delicioso del planeta.


MI PRIMER PERREO 0

Por Viri Spunk @ViriSpunk


Incluso me metí a algunas clases de twerk para que el día en el que estuviera en un perreo, mis nalgas hicieran un gran debut. En las clases, la maestra usaba unos calzoncitos mínimos que se pegaban a su pubis, dejando entrever su delicada forma. Ella era pequeña y delgada, pero sus movimientos tenían tal fuerza, tal sexualidad, que no podía evitar imaginármela con lo senos al aire, cabalgando a algún afortunado.

Cada que iniciaba la clase, un calorcito comenzaba a ascender en mi pelvis. Una ligera humedad entre mis labios. Mi clítoris se volvía cada vez más sensible con el movimiento de mis caderas.

Después de dos meses de Twerk, ya estaba lista para mi primer perreo, mis nalgas se movían a mi voluntad. En el sexo, los hombres se volvían locos con los movimientos de mis caderas. Me pedían que no lo hiciera tan rápido, porque no se podían contener. Pero a mí me gustaba apretar, girar y provocarlos hasta vaciarse. El poder de descontrolar sus orgasmos me excitaba más que cualquier embestida o posición.

El día de mi primer perreo, me puse aquellos shorts que dejaban ver la línea entre mis glúteos y las piernas. Con los muslos al aire, dejé que mi pelvis se moviera libremente. Confieso que tengo cierta afición a los frotamientos y por eso bailaba con todos, sin siquiera mirarlos. Sentía sus miembros levantarse cuando mis nalgas se acercaban a su entrepierna. Y justo cuando estaban por ofrecerme ir a sus departamentos o intentaban acercarse a mi boca, me iba en busca de otro hombre desprevenido.

Pero lo mejor del perreo era ver a tantas mujeres hermosas con ropas ligeras y las piernas desnudas pisando fuerte al compás de la música.

De repente, un círculo se formó alrededor de una mujer, la que mejor bailaba, la que más incitaba: era mi maestra.

Cuando me vio, me llevó dentro del círculo para que bailáramos juntas. Ella se me adhería al cuerpo, sentía sus senos rozando mi espalda, sus manos apretándome las piernas mientras yo movía mis caderas para pegarme a su ombligo. El sudor recorría su pecho y la blusa se pegaba a su piel. Podía ver sus pezones erectos, que incitaban a poner mi lengua en ellos. Sentía otra vez ese calor en mi entrepierna, mi labios hinchándose y rogando porque fueran devorados por ella. Más que nada, quería que su sudor se mezclara con el mío y unirnos en un grito único de placer.

La única persona que besé esa noche dionisiaca fue ella. Después del último beat, tomamos un taxi juntas a mi departamento y continuamos con el baile, pero ya en mi habitación.

Foto perfil de Jafet Gallardo
Jafet Gallardo Digital Editor Periodista de formación. Creador de contenidos, analista, especialista en viajes, entretenimiento y estilo de vida.
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