LIBROS AL DESNUDO: EL ARTE DE CONSTRUIR
Por Jaime Garba @jaimegarba
Después del sismo no pude hacer nada más de mi cotidianidad. Mi rutina y la de millones cambió. Fuera por ser uno de los afectados en Puebla, Morelos o la Ciudad de México (contando por supuesto a los aún de Chiapas y Oaxaca) o por ser testigo de la tragedia en cualquier parte del país; me atrevo a decir que nadie continúo con su vida de manera normal. ¿Cómo hacerlo? Con qué cara ocuparse de nimiedades mientras más de doscientas personas perdieron la vida (entre ellos niños), miles vieron colapsar sus hogares y un número desconocido se encuentra desaparecido sepultado entre los escombros No hay manera, hacerlo sería inhumano.
Tras el temblor, como seguramente tantos, me dediqué a leer las noticias, a seguir puntualmente los acontecimientos, tratando de ayudar desde mi trinchera, manteniendo el corazón y la mente fija en el desastre. No pude dormir, apagué la computadora e intenté leer pero de inmediato me sentí culpable, me taladraba la idea de desviar mis pensamientos a la literatura que tanto amo mientras el desasosiego yacía sobre México. Abrí de nuevo la computadora y escribí un texto sobre la unión de las personas en tiempos de crisis, el extraordinario apoyo que cual pilar está sosteniendo a la nación desplazando al mediocre gobierno que ha dado la cara sólo para la foto y la demagogia. Fue lo único que pude hacer y no más, cuando se publicó lo sentí fútil, absurdo, para qué serviría mi escrito en una situación donde lo que apremiaba eran medicinas, comida, herramientas. De nada, creía. Como tantos compartí los centros de acopio en mi ciudad, doné e invité a donar, canalicé información y estuve atento a cualquier cosa que pudiera hacer. Tampoco sentí fuera de gran ayuda. A eso se le llama la impotencia de la distancia, la viven quienes no pueden estar a un lado de quien necesita un auxilio tangible, es una sensación dolorosa y difícil de procesar. Pero también es masoquista, porque la ayuda a los damnificados está cayendo en un torrente poderoso, viene de todas partes: de las zonas siniestradas, de asociaciones, de los que estamos lejos… sólo que es insaciable, y está bien, porque desastres de esta naturaleza requieren de atenciones longevas pues son restauraciones lentas, heridas de difícil sanación y que a veces permanecen para siempre.
Me preguntaba entonces ¿para qué carajos leer? Estaba convencido de que la literatura no tenía cabida y tenía cada segundo más clara esa idea, cuando escritores y artistas dejaban de publicar lo común: fotos de libros, citas, reflexiones, actividades, etcétera, para postear centros de acopio, requerimientos de menesteres de primera mano o información de desaparecidos y rescatados; otros dejaron la pluma y el libro para ayudar a quitar los escombros, transportar y cargar de mano en mano las donaciones hasta hacerlas llegar a quien lo necesitara.
Llegó el día siguiente, estaba convencido de que no volvería a leer o a escribir en mucho tiempo; horas antes del sismo recibí un correo de un dictamen editorial y me encontraba por responder correos a un par de instituciones sobre algunas presentaciones literarias mas tendrían que esperar indefinidamente. Sin embargo, entre caudal de información, de ese diálogo poderoso, comenzaron a surgir otras formas de ayuda. Hubo quienes también pensaron en los animales, rescatándolos y habilitando albergues y ofreciéndoles atención veterinaria, otros brindaron apoyo psicológico, hubo quienes regalaron tacos al pastor o tamales (alimentos que parecieran no convencionales) y por ejemplo, los de la librería El Péndulo obsequiaron pan y café. No hace mucho vi en Twitter que un grupo de jóvenes estaban dispuestos a dar masajes, cosa que vendría bien para los que han pasado horas sin descanso con un estrés inimaginable; también comencé a ver publicaciones sobre colectivos artísticos que estaban organizándose para realizar brigadas culturales en albergues y llevar teatro, literatura, música, entre otras manifestaciones a los niños y jóvenes desplazados. Los de la FILIJ abrieron un centro de acopio de libros infantiles para donarlos y poco a poco está despertando esta idea de que también hay que reconstruir el espíritu a través del arte. Estas iniciativas me hicieron reflexionar sobre mi postura, ciertamente las dinámicas cambian, pero uno no puede despojarse de lo que le apasiona y le constituye como persona para atender prioridades emergentes, pues éstas necesitan de la total personalidad, de esa inteligencia, pasión y amor porque de lo contrario se estaría ayudando a medias. Sí, se necesitan todas las cosas ya mencionadas pero también necesitamos alimentar el espíritu, brindarle calma a la mente con las manifestaciones artísticas que inspiran y se convierten en motor del cuerpo. Celebro la iniciativa de estos brigadistas culturales y ojalá inspiren a otros para hacer del arte una herramienta de superación. Sí, hay que ayudar, pero también de las lecturas que hagamos, la música que escuchemos, el arte que admiramos, hagámoslo algo fundamental para nuestra existencia. No dejaré de leer y sé que muchos otros tampoco lo harán, porque consumir literatura nos permite claridad, claridad para apoyar, para empatizar con los demás, y confío en que tarde que temprano México se pondrá de pie y los libros volverán a las manos de aquellos que hoy sufren para brindarles un poco de paz.
Fuerza México. Que nada nos derrumbe.
