La Corcholata, el “Cuauh”, Lagrimita y Sabrina: ¿Los candidatos que nos merecemos?
De unas semanas para acá, con cara al proceso electoral, hemos visto aparecer a los rostros politiqueros de siempre –a través de todos lo medios posibles– buscando una candidatura tanto por un puesto de elección popular como por un “regalito” plurinominal (la existencia de las pluris es plausible; la manera cómo son repartidas es francamente cuestionable). Hasta ahí todo normal, sin embargo este año el circo político se puso más explícito con la aparición de personajes faranduleros que van desde futbolistas, hasta un payaso. Literal.
Por Ricardo Enríquez (@richiedf)
Una actriz, un futbolista, un payaso y una modelo sado buscaban incursionar en la política ante la mirada atónita e incrédula de los votantes: Carmen Salinas, la actriz de cine y televisión que goza (¿gozaba?) de cierta credibilidad ante el público, aceptó la invitación del Partido Revolucionario Institucional, para unirse a su lista de plurinominales; el “Cuauh”, logró la candidatura por la alcaldía de Cuernavaca de la mano del Partido Socialdemócrata; Guillermo Cinefuegos, mejor conocido como Lagrimita, intentó hacer lo propio por la alcaldía de Guadalajara de manera independiente, que ya le fue negada por problemas con 5,000 de las más de 23,000 firmas necesarias para figurar. Y ahora, de manera casi sorpresiva, Sabrina Sabrok, modelo y cantante de rock, se ha lanzado para no tenemos certeza de qué, pero terminó recibiendo el apoyo del Revolucionario Institucional que la nombró “Embajadora de la comunidad LGBTTTI”. De repente, nos encontramos preguntándonos como votantes, ¿es esto un chiste? La respuesta es aún más desconcertante que la pregunta.
¿Hay algo ilegal en que alguien que no se dedique a la política quiera, de repente, hacer algo en ella? No, en lo más mínimo. La ley ni siquiera pide una preparación específica para puestos de elección popular. En teoría, los elegidos para una diputación o una alcaldía, representan y velan por los intereses del pueblo que los eligió. En teoría, nuestra democracia es una democracia popular: una institución independiente del gobierno realiza las elecciones con la ayuda de los vecinos, los candidatos son elegidos de manera abierta y sin influencias por parte de los partidos que agrupan una serie de valores e ideales. En teoría, claro está. La incursión de personas ajenas a la carrera política, debería de ser algo deseable en cualquier democracia. Las democracias fuertes se alimentan de la diversidad de ideas, de opiniones y caminos. Entonces, ¿por qué nos despiertan tantas sospechas estas voces?
Más allá del oportunismo, la incursión de celebridades en el proceso democrático se antoja como un franco recordatorio por parte de la clase política, de que esto –el proceso democrático– no va en serio.
Amistades premiadas con diputaciones, celebridades usadas para sostener un registro, modelos para pagar deudas con colectivos vulnerables olvidados. Si acaso, el payaso tiene su mérito: un empresario local tapatío, busca su registro independiente para ser alcalde de su ciudad. Todos saben de dónde salió su fortuna y conocen sus valores e ideales. Para muchos, lo reprobable es que fuera un payaso. Pero, con tantos ya metidos en la política, ¿no sería refrescante que uno de ellos fuera profesional?
Queremos una democracia diversa, abierta, con voces que lleguen a sorprendernos. Celebramos a todos los candidatos que han logrado su registro de manera legal y oportuna; pero queremos tener a nuestro vecino, nuestros amigos, nuestros conciudadanos como candidatos, pero lo queremos de verdad. Si la clase política realmente quisiera “abrir la política a todas las voces” podría empezar por simplificar los procesos para el registro de los candidatos independientes. Si realmente quisiera tener “al pueblo representado” tendríamos a (más) líderes comunitarios en las cámaras. La diversidad de voces tendría que venir del pueblo, no de partidos oportunistas y prebendas políticas. Si la clase política quisiera apertura, el payaso sería candidato.